MUERTOS ECOLÓGICOS.

Fuente: propia
La muerte es el hito final de la vida de todo ser humano. Un hecho ineludible que pone fin a nuestras vidas y que, puesto que para muchos es un tema tabú o escabroso a tratar, no se analiza con todo el rigor y la debida amplitud desde los distintos puntos de vista, y entre ellos el ambiental, algo que desde luego es un error grave, tal y como veremos más adelante.

Visto el ser humano como un producto más de la madre naturaleza, la muerte es el final de nuestro periodo de vida útil, y al llegar a este punto nos convertimos en un residuo de cuya gestión es imprescindible hacerse cargo. 

Un residuo cuya gestión puede ser funesta, si se hace de forma incontrolada, o beneficiosa para el medio ambiente, si se cierra el ciclo natural y se hace una adecuada valorización de los restos, algo que aún hoy en día sigue levantando los más amplios recelos y rechazos por parte de una sociedad aún afecta de creencias y supersticiones.
Por mi parte, la tanotología siempre ha sido un tema de interés por la importancia que tiene en el desarrollo espiritual, la experiencia vital y el comportamiento de las personas. Y como parte de nuestra experiencia de vida cotidiana, tarde o temprano tenía que caer en mis redes de análisis ambiental, al igual que ha ocurrido con otros aspectos cotidianos de nuestra vida como el sexo o la moda, así que vamos a ver cómo podemos convertirnos en muertos ecológicos.


CONTAMINAMOS HASTA CUANDO NOS MORIMOS.

En España mueren cerca de 400.000 personas al año. Esto, siendo generosos en la percepción de la masa corporal de la población española, supone la necesidad de gestionar más de 22.000 Toneladas anuales de cadáveres, el equivalente en peso a los residuos generados al año por una población de 40.000 habitantes, un volumen importante cuyo impacto ambiental muchas veces no se tiene en cuenta.

En todo el mundo pueden ser cerca de 56 millones de personas al año (según cifras de la OMS para 2012), lo que da una idea de los volúmenes de residuos que estamos manejando si contemplamos estas defunciones como una generación residual global, con aproximadamente 3,4 millones de toneladas de cadáveres.

Muchos podrán pensar, pero si es un residuo orgánico que es biodegradable, ¿dónde está el problema?. Se entierra y punto. Pues bien, esto podría ser así si el volumen no fuese el que es, si nuestros cuerpos no hubiesen bioacumulado multitud de productos tóxicos a lo largo de su vida, y si no rodeásemos a nuestra muerte de toda una parafernalia que lleva a la acumulación de cadáveres en puntos concretos (cementerios) y a su acompañamiento de toda suerte de objetos y compuestos orientados a velar y acompañar nuestra muerte (ataúdes, telas, flores, placas, productos químicos, etc).

De hecho, si analizamos la muerte como un proceso cualquiera, podremos ver que alrededor de nuestra defunción se genera toda una industria que no es precisamente de las menos contaminantes, menos impactantes, o con mayor responsabilidad ambiental asociada, en el común de los casos. Más bien lo contrario, el final de la vida de una persona ha sido históricamente la excusa perfecta para la generación de grandes fastos y dispendios en honor a la persona que se despide, sin mayores miramientos.

Desde los grandes faraones hasta la actualidad, lo que menos se ha sopesado
siempre ha sido el impacto ambiental generado en la despedida del finado.

En la actualidad nuestra muerte está regida por un proceso de duración variable que suele pasar por una serie de momentos entre los que se incluyen:
  • El transporte del cadáver, desde el lugar de defunción hasta el lugar de velado, o desde este último hasta el lugar del enterramiento, requiriendo del uso de vehículos y contenedores de transporte especiales, o incluso de tratamientos específicos de conservación del cadáver si el traslado es a grandes distancias o supone velados de varios días, según la tradición.
  • El velado del cadáver, durante un tiempo variable de entre uno a tres días habitualmente, que requerirá de una tanatopraxia o preparación del mismo, muy importante de cara al periodo de duelo de los familiares, así como del uso de materiales adicionales como ataúdes, flores, velas, telas, etc. 
  • El tratamiento final del cadáver, entre los que se pueden incluir desde el embalsamamiento, prohibido ya en muchos países, hasta la cremación o la incineración, una de las prácticas que quizás más pujanza ha cogido en los últimos años gracias a su aceptación por parte de algunas religiones, como determinadas corrientes del cristianismo.
  • El traslado de los restos hasta el punto de su descanso eterno, ya sea la urna hasta el lugar en el que se desea ubicar, o incluso donde se desea liberar las cenizas, o el cementerio en el que el difunto vaya a encontrar el descanso eterno.

Todo este proceso está plagado de una serie de factores de mayor o menor impacto ambiental cuyo análisis debería tenerse muy en cuenta si queremos dejar este mundo dejando la menor huella posible sobre nuestro entorno y la mejor herencia para nuestros hijos.


IMPACTO AMBIENTAL DE LA MUERTE.

La muerte de un ser querido no es algo que se pueda planificar o que surja de una forma tal que vaya bien a todos. Los muertos tienen la mala costumbre de morirse cuando les toca, y en muchas ocasiones esto les puede pillar muy a menudo fuera de sus domicilios, de sus ciudades o incluso de sus países de origen.

Esto implica, en muchas ocasiones, el traslado de familiares hasta el lugar de la defunción, el traslado del finado hasta el lugar donde se le quiera rendir un último homenaje, así como los traslados correspondientes que surjan entre medias, incluyendo además la logística correspondiente a los materiales necesarios para su despedida, lo que supone un considerable impacto ambiental asociado al transporte en todo el proceso.

Adicionalmente, y en función del tiempo de conservación que se requiera para el cadáver, suele ser necesario la adopción de prácticas tanatológicas diversas para conservar y adecentar el cadáver, englobadas bajo las disciplinas de la tanatopraxia y la tanatoestética, que son técnicas de manejo del cadáver orientadas a su higienización, conservación, reconstrucción, embalsamamiento y tratamiento estético para su presentación a los familiares. Una de las prácticas quizás de mayor importancia para el velado del cadáver y el proceso del duelo.

El impacto ambiental generado durante la tanatopraxia deriva de dos aspectos fundamentalmente:
  • La generación de residuos líquidos en el vaciado de cavidades y sistema circulatorio, los cuales se suelen tratar mediante el uso indiscriminado de cloro, como desinfectante, antes de su vertido al alcantarillado.
  • El uso de productos químicos en técnicas de embalsamamiento de sistemas circulatorios, cavidades o incluso tratamientos dérmicos, entre los que podemos encontrar químicos como el formaldehido, combinado en muchas ocasiones con metanol, la glicerina, alcoholes diversos, desinfectantes, sales fosfatadas, colorantes, etc. Algunos de ellos nocivos e incluso cancerígenos, pueden suponer un problema de salud para el profesional, pero también un problema ambiental incluso agravado en tratamientos posteriores.

Pero quizás el mayor impacto ambiental de la muerte venga dado por el tratamiento final que se de al cadáver:


Un clásico: El Enterramiento.

Con la muerte, nuestro organismo interrumpe los procesos externos de los que depende energéticamente y se altera nuestro sistema homeostático, lo que lleva a que queden fuera de control los procesos enzimáticos y, a las pocas horas de la defunción, nuestro cuerpo comience a experimentar procesos autolíticos que se traducen en cambios ultraestructurales que ocasionan deshidratación, pérdida de turgencia, rigidez y cambios cromáticos, dentro de una fase de descomposición denominada cromática.

Tras esta fase, son nuestras bacterias endógenas las que empiezan a actuar, alimentándose de nuestros restos y comenzando la conocida como fase gaseosa o enfisematosa de nuestra descomposición, que se inicia con una fase anaerobia, seguida por otras fases aerobias y anaerobias facultativas, acompañadas por la acción de otros organismos como hongos o incluso insectos, durante aproximadamente un mes.

La fase enfisematosa lleva ya asociada la liberación de entre 7 y 12 litros de líquidos por la ruptura de los órganos internos, y da paso a la fase colicuativa, que puede durar entre 8 o 10 meses o alargarse incluso por encima del año, en la que la ruptura de las paredes celulares lleva a la licuefacción de los tejidos y a la producción de la mayoría de los lixiviados ocurridos durante la descomposición del cadáver (unos 40 litros para un adulto de 70 kg de peso).

Versión ambientalista
de la famosa frase del Génesis.
La velocidad de estos procesos dependerá fundamentalmente de factores internos, como la edad, raza, causa de la muerte y, sobretodo, si se le ha hecho la autopsia al cadáver; y factores externos, fundamentalmente la temperatura media, humedad, profundidad de enterramiento (por la oxigenación del cadáver) o el acceso de insectos.

Desde el punto de vista ambiental, si el cuerpo se deja descomponer por la “vía natural”, tal y como ocurriría con su entierro en un cementerio, lo que hacemos es generar dos tipos de impactos ambientales fundamentales:

  • Por un lado, las emisiones a la atmósfera, por la liberación de ácidos grasos volátiles, agua evaporada, sulfhídrico, CO2, amonio, metano o incluso mercaptanos, cuya lenta difusión en el ambiente no tiene por qué ser generadora de graves problemas ambientales ni olores, salvo que estemos hablando de acumulaciones masivas de cadáveres (entierros en fosas comunes de gran cantidad de cadáveres).
  • Por otro lado, y quizás más importante, la liberación al medio de lixiviados contaminantes compuestos de agua, ácidos grasos, aminoácidos, amoniaco, ácido fosfórico, e incluso bacterias y virus, procedentes de la descomposición de los cuerpos, a los que hay que sumar metales pesados y otros orgánicos (algunos incluso persistentes) fruto de la descomposición de ataúdes y telas, siendo este el principal problema del enterramiento.

Salvo para determinadas comunidades, como la de los Quakeros, alguna de las cuales continúan con la costumbre de enterrar a sus seres queridos en el jardín de su casa, la mayoría de las defunciones suelen encontrar su final en un cementerio, siendo el enterramiento aún la opción aún más habitual entre la mayoría de confesiones religiosas, sobre todo en zonas rurales.

El problema principal es que los cementerios se han ubicado históricamente teniendo en cuenta criterios religiosos, de cercanía o de costumbre, sin mirar en la mayoría de los casos aspectos como los geológicos o hidrogeológicos. Grave error si tenemos en cuenta que la generación de lixiviados en los mismos suele variar entre varios miles a millones de litros de lixiviados por año, en función de su superficie, tipología de enterramiento, densidad de fosas y antigüedad, lo que convierte a los campos santos en auténticos focos de contaminación ambiental años después del inicio de los enterramientos. 

Un error que con el tiempo se agrava, sobretodo en determinadas zonas con alta densidad poblacional, ya que el volumen de muertos acumulados en nuestros cementerios crece a la misma velocidad a la que crece la población de nuestras ciudades, pudiendo asimilarse un ratio de muertes alrededor del 1% de la población, incrementándose con ello la superficie que ocupan nuestros cementerios, en competencia directa con la ocupada por los propios vivos, y aumentando también la contaminación generada sobre los suelos y las aguas culpa de los lixiviados producidos.

Por último, y aunque no exclusivo de los enterramientos, se debe tener en cuenta que aún hoy en día hay escasa trazabilidad, en la mayoría de los casos y salvo circunstancias excepcionales, entre las causas de la muerte o los tratamientos clínicos recibidos antes de la misma y el tipo de destino dado finalmente al cuerpo. Esto hace que queden fuera de control los potenciales trasladaos de contaminación química, bacteriológica o incluso radiactiva al medio ambiente.

Death and the City.
Fotografía de uno de los cementerios de New York. Fuente: propia.


La alternativa actual: La Incineración.

Las costumbres cambian, y aunque en el Siglo XIX las primeras cremaciones en el Reino Unido estuvieron mal vistas e incluso precisaron de protección policial, hoy en día esta práctica fúnebre está ampliamente extendida y aceptada por varias confesiones religiosas (a excepción de judíos ortodoxos, islamistas o determinadas confesiones cristianas minoritarias).

En España, de hecho, es el rito funerario principal en la mayoría de las capitales de provincia, donde la inhumación es casi 1000 € más cara, siendo a nivel nacional equivalente a un 35% de los ritos realizados, ya que se compensa con la predominancia de los entierros en el entorno rural. Aun así estamos hablando de prácticamente 140.000 cremaciones al año, que aunque están lejos de otros países como Inglaterra, con porcentajes del 73%, se van incrementando rápidamente a razón de un 2% - 3% anual.

Ahora bien, ¿acaso es inocuo o más ecológico este rito para el medio ambiente?. Pues la verdad es que si lo pensamos con detenimiento no tiene por qué ser así.

La cremación de cadáveres consiste en introducir al difunto (con o sin féretro) mediante un sistema hidráulico en una cámara de cremación alimentada por un combustible (habitualmente gas natural, propano o gasóleo) en la que el reparto del aire y de las temperaturas se controla mediante un autómata y se regula mediante la potencia de los quemadores y el accionamiento de ventiladores, dirigiendo estos últimos las emisiones habitualmente hacia un sistema de tratamiento de las emisiones que incluye un postcombustor que permite la reducción de inquemados y contaminantes, y/o algún sistema de recuperación de cenizas.

Con este sistema, lo que hacemos es reducir el cadáver a una serie de emisiones de gases y partículas contaminantes, y recuperar un residuo sólido compuesto de cenizas, mayoritariamente cálcicas y potásicas, resultantes de la incineración, que son las que se entregan a los familiares. El resto se emite a la atmósfera en forma de CO2, NOx, CO, SO2, partículas de inquemados, vapor de agua y otros compuestos minoritarios.

Desde el punto de vista ambiental, desde luego, no es la mejor solución, ya que la cremación supone realmente trasladar la contaminación desde un residuo sólido, el cadáver, a otro medio como la atmósfera, generando emisiones contaminantes y consumiendo combustibles fósiles no renovables. Todo ello para terminar dando lugar a un residuo sólido lixiviable cuya gestión también es susceptible de análisis desde el punto de vista ambiental, dada la pujanza que está tomando.

Focos de emisión de incinerador.
Fuente: Propia.
En relación con las emisiones de gases de efecto invernadero, y teniendo en cuenta que la cremación necesitará de aproximadamente uno 30 litros de gasoil o 30 m3 de gas natural por cremación, supone que vamos a emitir a la atmósfera aproximadamente 21 kg de carbono por cada 16 kg de carbono cremado (según la media de composición elemental del cadáver de un hombre de 70 kg), y ello sin tener en cuenta las emisiones asimilables al féretro y resto de accesorios cremados (flores, telas, etc). Eso implica que como mínimo estamos emitiendo a la atmósfera 130 kg de CO2 por cremación, lo que en España pueden suponer unas 18.200 Tm/año de CO2.

Sin embargo, las emisiones de gases de efecto invernadero no son el principal problema de esta práctica funeraria, ya que la composición del propio cadáver humano, con compuestos como el cloro (unos 95 gr por cadáver), el mercurio (como el que presentaban los antiguos empastes dentales) o el cadmio, así como los productos químicos que arrastran féretros, telas y compuestos de embalsamamiento utilizados, son los principales causantes de graves emisiones contaminantes de compuestos tóxicos como dioxinas o metales pesados.

El principal problema de cremar un cadáver humano a temperaturas de unos 850ºC es que, en combinación con el cloro orgánico presente en el féretro y en el cuerpo humano, lo que se emiten son dioxinas. De hecho, diversos estudios sobre las emisiones de estos compuestos arrojan concentraciones en emisión de entre 0,2 y 0,5 ng/Nm3 de estos compuestos tóxicos, muy por encima del límite marcado por el Real Decreto 653/2003, de 30 de mayo, sobre incineración de residuos.

También se suelen superar las emisiones de partículas, que están habitualmente por encima de los 10 mg/Nm3, y en algunas ocasiones puntuales las de SO2, sobretodo cuando se utilizan determinados combustibles fósiles como el gasoil.
 
Mención aparte merecen los residuos que se producen en la incineración, tanto en los sistemas de tratamiento de las emisiones, con filtros y restos de carbón activo agotado, como en lo referido a las propias cenizas del difunto. En este último caso, la deposición y “liberación” de las cenizas del difunto en el medio ambiente ya ha supuesto en más de una ocasión un problema ambiental importante de eutrofización de las aguas en lagos y estanques o de acumulación de las urnas vertidas, hasta tal punto que diversos países ya han prohibido y/o limitado estas prácticas.


APLICANDO LAS 3R A LA GESTIÓN DE CADÁVERES.

Lo primero que a cualquier buen medioambientalista se le viene a la cabeza cuando habla de residuos, es la aplicación lógica de la jerarquía de gestión de residuos, las famosas "tres Rs", que aplicadas a la gestión de cadáveres quedarían conforme se expone:

1ª R: REDUCIR. Aplicar técnicas encaminadas a evitar que se genere el residuo, en este caso el cadáver, ya sea a través de campañas sanitarias, medidas para el control de la contaminación y el uso de productos peligrosos, el control de enfermedades, la promoción de la vida saludable, campañas de tráfico, de vacunación, etc.

Cualquier acción encaminada a la reducción de la mortalidad en los distintos factores que la causan o pueden causar, entraría dentro de la categoría de las 3Rs destinada a la reducción del residuo, por lo que en este punto podemos considerar que nuestra sociedad es bastante ecológica, aunque no sea este el motivo fundamental que la mueve, evidentemente.

2ª R: REUTILIZAR. Actuar para volver a utilizar, en funciones iguales o similares a las que ya ejercía, todo o una parte de un residuo. En este caso, es evidente que el mito del Dr. Fránkenstein no existe, y que no nos podemos poner a reutilizar cadáveres, pero también es cierto que estamos hechos de componentes que pueden y deben reutilizarse para facilitar la vida de otros seres humanos.

Todos deberíamos ser donantes de órganos, y permitir que aquellos órganos que sean viables, en el momento de nuestro fallecimiento, puedan ser utilizados por otras personas, permitiéndoles vivir más y mejor. Dar este primer paso además es especialmente sencillo en España, donde a través de la página web de la Organización Nacional de Transplantes, y de forma rápida, segura y confidencial puedes darte de alta como donante de órganos, garantizándote de esta forma que la gestión de tu cadáver, el día de mañana, comenzará siendo lo más ecológica y humana posible.

Ser donante es la mejor forma de empezar a ser un muerto ecológico.
Elaboración propia.
En este punto podemos decir que España es de los países más ecológicos del mundo, pues ostentamos el record mundial de donantes de órganos, con 35,7 donantes por cada millón de habitantes, según datos del 2015 de la OMS, un record del que poder presumir abiertamente, quedando claro que somos de verdad extraordinariamente solidarios y, en este punto, muy ecológicos.

3ª R: RECICLAR. La siguiente opción por la que deberíamos decantarnos en la gestión de nuestro cadáver, debería ser la de reciclarlo e integrarlo en el ciclo natural de una forma adecuada y no contaminante, y en este punto lo que no vale es su vertido directo a suelo, pues realmente no es más que un vertido que, de realizarse en una zona no habilitada, no va a generar más que potentes lixiviados contaminantes.

En este punto el compostaje sería una de las opciones más adecuadas para devolver nuestro cuerpo al medio ambiente con el menor impacto ambiental posible, generando una descomposición aerobia del mismo hasta su integración como parte de un compost rico en nutrientes para nuestras plantas y que se podría utilizar en nuestros propios parques y jardines, reintegrando a nuestros muertos al propio ciclo de la vida, una solución que sería enteramente circular.

Precisamente esta alternativa es la que defiende "The Urban Death Project", una iniciativa comandada por Katrina Spade, que en la actualidad se encuentra superando las trabas legales, burocráticas y las barreras morales que imponen las creencias, y que en su día ya tuvieron que superar otras prácticas como la cremación. 

La idea, generar infraestructuras que son en parte parques públicos y en parte "nuevos tanatorios" o edificios en memoria de nuestros seres queridos, en los que se lleva a cabo un proceso progresivo de compostaje aerobio de sus cuerpos, en una sucesión de etapas en vertical que los familiares pueden "seguir" en su duelo por el ser querido, hasta recoger el compost finalmente generado. De esta forma, en su "entierro" los familiares depositan el cuerpo del ser querido en una cama de virutas de madera y lo cubren con las mismas dando su último adiós al difunto, todo ello en la parte superior de un edificio que forma parte de un "mega-compostador" de cuerpos, y que garantiza una descomposición aerobia y progresiva de los mismos.

Despidiendo al difunto
en The Urban Death Project

Si ninguna de las 3Rrs es factible, y nuestro cuerpo no puede ser devuelto al medio en las mejores condiciones, cerrando así el ciclo de la vida en una alternativa verdaderamente circular, sólo nos quedará buscar las alternativas más ecológicas a las clásicas soluciones ya vistas para el final de nuestros días.


ALTERNATIVAS PARA UN FINAL MÁS ECOLÓGICO.

Existen actualmente en el mercado alternativas que hacen de nuestras prácticas tanatológicas habituales modos de gestión de cuerpos al final de su vida útil mucho más amigables con el medio ambiente.

Tal es la surgencia que está teniendo en el sector el movimiento ecológico, que de hecho ya están empezando a crearse organismos que certifican los productos disponibles, como el Green Burial Council, en Estados Unidos.

Las nuevas tendencias en entierros ecológicos se centran, en lo fundamental, en solventar los aspectos ambientales más evidentes y con un mayor impacto de cada una de las prácticas actuales, haciendo que estas tengan una salida más compatible con el medio ambiente. De esta forma podemos encontrar soluciones en el mercado encaminadas a:

Fuente de origen: propia.

1-. EVITAR LOS LIXIVIADOS DE LOS ENTIERROS.

Existen productos en el mercado, ampliamente utilizados ya por muchos cementerios en múltiples países, orientados a acelerar la descomposición de los cadáveres mediante la acción de enzimas y bacterias específicamente seleccionadas, y capturar mediante productos higroscópicos los lixiviados generados, evitando de esta forma que la descomposición de los cadáveres inhumados suponga un problema ambiental grave para suelos y aguas subterráneas.

Entre otros destacan el producto diseñado por la empresa española Biointegral, S.L., patentando a escala internacional, denominado Bioencimex DCH Plus Absorb. Un producto con el aval del CSIC con el que ya se inhuman los cadáveres en varios cementerios de España, Portugal e Italia, entre otros muchos países.

El producto consiste en una bolsita de unos 150 gramos, que se entierra junto al cadáver, a razón de una bolsa por cada 75 kg de cuerpo, depositada debajo del mismo a la altura de los genitales (pues suele ser la zona en la que confluyen los líquidos desprendidos durante la descomposición).

El producto se activa inmediatamente con el contacto con los lixiviados y la bolsa, que es hidrosoluble, deja libre los principios activos, consistentes básicamente en:

  • Una mezcla de cepas de microorganismos no patógenos específicamente diseñada para acelerar la descomposición del cuerpo, dispuestas en soportes biológicos que permiten su conservación hasta el momento de su entrada en acción.
  • Absorbentes higroscópicos capaces de absorber hasta un total de 62 litros de lixiviados y capturar componentes del mismo, como el amoniaco, reduciendo así su carga contaminante del mismo y buena parte de su emisión de olores.


2-. MODIFICAR EL PROCESO DE INCINERACIÓN.

La incineración o cremación nunca ha sido una solución que convenza a ecologistas y amigos del medio ambiente por cuanto que al fin y al cabo supone la liberación de contaminantes al medio, alguno de ellos muy peligrosos (como las dioxinas), y la utilización de combustibles fósiles no renovables.

Dado que, sin embargo, parece haberse convertido en una alternativa más viable ambientalmente que la inhumación, es sobre la que más propuestas alternativas están surgiendo de cara al tratamiento del cadáver humano, existiendo en la actualidad dos líneas de trabajo, con distinta implementación, que parecen prometer un final de vida más ecológico.

La primera de las propuestas, conocida como resomación, sustituye la incineración por la disolución, y propone la hidrólisis alcalina del cuerpo.

La idea la lanzó el escocés Sandy Sullivan, fundando una empresa bajo dicho nombre, inspirada en el proceso natural que ya se produce durante la inhumación de los cadáveres para la descomposición de los tejidos, aunque a un ritmo mucho más lento, y su tecnología (bajo diversas marcas comerciales) se encuentra ya implantada en algunos estados de Estados Unidos como Minnesota o Florida , habiéndose hecho famosa por ser la alternativa escogida para el final de sus días de varios famosos.

El proceso propone dosificar agua con hidróxido de potasio y/o sodio a alta temperatura, unos 180 ºC, y a presión sobre el cuerpo, que permanece dentro de un tambor agujereado en un ángulo de inclinación apropiado. La disolución se produce en ciclos que pueden durar  hasta 12 horas, incluido el enjuague, y transcurrido el tiempo necesario se extrae el líquido, que se trata como un vertido cualquiera de alto pH y puede ser incluso enviado a alcantarillado para tratamiento en depuradora urbana, ya que es innocuo desde el punto de vista bacteriológico

Todo el cuerpo, a excepción de los huesos y los implantes metálicos, se disuelve en el líquido alcalino, por lo que los huesos se extraen y convierten en polvo, y los implantes se pueden incluso recuperar.

Según la empresa, la resomación, dadas las temperaturas de trabajo, muy inferiores a las de una cremación tradicional, permite un menor consumo de combustible y por lo tanto una reducción de los gases de efecto invernadero de prácticamente el 35%, usando 1/5 parte de la energía que utiliza el proceso de cremación tradicional.

Desde el punto de vista del ciclo global tendríamos que tener en cuenta el coste ambiental asociado al tratamiento necesario de las aguas residuales generadas en la resomación, fruto de la disolución de las partes blandas del cuerpo, pues serán unas aguas de alto pH y carga biológica, que requerirán de una neutralización y tratamiento biológico, con el consiguiente coste asociado en reactivos y energía.

Descarto en este punto los potenciales conflictos morales, pues no tendría sentido que nadie tuviese problemas porque su familiar se fuese por el desagüe, en forma de vertido, o por una chimenea, en forma de emisión, ya que a efectos prácticos lo único que cambia es el medio al que se traslada la contaminación.

La segunda de ellas, la promesión, está basada en la desintegración por ultracongelación, y está aún recabando apoyos para su desarrollo como alternativa viable.

La idea la lanzó la noruega Susanne Wiigh-Mäsak hace ya más de una década a través de su empresa Promessa, ante el problema de los cadáveres sin descomponer que se daba en su país. En la práctica consiste en criogenizar el cuerpo mediante nitrógeno líquido a -196ºC para luego, mediante ultrasonidos, proceder a su completa pulverización. El polvo congelado se somete posteriormente a una deshidratación en cámara de vacío y se procede a la separación de metales mediante un imán, dando lugar a un polvo orgánico, muy similar al obtenido en la incineración, que es susceptible de utilizarse incluso como abono orgánico en el suelo.

La empresa vende una huella de carbono nula y un tratamiento del cadáver totalmente ecológico, pero quizás en esta ecuación deberíamos integrar los costes asociados a la obtención del nitrógeno líquido utilizado, los residuos generados en el tratamiento del polvo y las emisiones de vapor producidas, así como el potencial de utilización directa del cuerpo como abono, temas todos ellos que quedan en el tintero de futuros desarrollos y de análisis más concienzudos que sólo la empresa puede ofrecer.


3-. OFRECER ALTERNATIVAS A LOS CONTENEDORES HABITUALES.

Se escoja la alternativa que se escoja, parece ser que el contenedor podría ser uno de los factores con un mayor potencial de impacto ambiental dentro de nuestra muerte:

  • En el caso de la inhumación porque los ataúdes de madera suponen un agotamiento de los recursos naturales y un incremento en la contribución a la contaminación por la degradación de herrajes, placas, embellecedores y las lacas y conservantes de la madera.
  • En el caso de la cremación o alternativas vistas, porque las cenizas suelen ir a una urna o contenedor similar cuyo periodo de vida útil suele ser muy superior al de las propias cenizas, por lo que terminan por generarse miles de contenedores vacíos, habitualmente abandonados en zonas de cierto valor natural, y que en muchas ocasiones pueden lixiviar también en su descomposición metales pesados.

En este punto las alternativas que surgen son diversas y muy interesantes, dando una solución completa a esta problemática ambiental mediante una oferta variada que puede satisfacer perfectamente a todos los gustos y prácticas.

Si nos decantamos por la opción de la inhumación, tenemos la posibilidad de optar por el uso de ataúdes de madera certificada, ya disponibles en el mercado, que garantizan un origen de la madera de explotaciones forestales sostenibles FSC.

Si el usar un ataúd de madera virgen, aunque sea FSC, aún nos parece demasiado para nuestro ataúd, podemos optar también por el uso de ataúdes de materiales con mayor sostenibilidad ya sea por su capacidad de regeneración, como el mimbre, la madera de sauce, el bambú, o el algodón , o por usar ataúdes de materiales reciclados de madera o cartón.

De hecho, en la línea del reciclaje nos podemos encontrar con otras opciones como los ataúdes alquilados. Si nuestro ritual es la incineración, por ejemplo, y lo pensamos fríamente, no tiene sentido que la cremación incluya nuestro ataúd, o que hagamos uso de un ataúd nuevo para media hora de sepelio, podemos alquilar un ataúd y luego nuestro cuerpo pasa directamente a la incineración. Y esto es aplicable no sólo a la incineración, sino incluso a la inhumación, tal y como proponen empresas como Restbox que ofrecen ataúdes de cartón perfectamente asimilables por el medio ambiente y con un impacto mucho menor.

Importante también destacar la necesidad de integrar en el enterramiento telas que sean sostenibles y biodegradables con el tiempo, existiendo también en el mercado multitud de ofertas basadas en la generación de trajes y sudarios hechos 100% de algodón y/o lino, con inclusión de otros materiales como la madera para los botones.

Para las cenizas, nuestras alternativas sostenibles en cuanto a contenedores son varias, primando aquellos que aportan una rápida biodegradabilidad y/o integración en el medio natural, sin impactos ambientales adicionales, existiendo incluso propuestas que favorecen el impacto positivo del contenedor incluyendo la plantación de algún tipo de especie arbórea que hará las veces de memorial “verde” del difunto, perfecto para su integración en cementerios naturales o cementerios verdes. Podemos encontrarnos de esta forma con interesantes propuestas como:

Fotografía gentileza de Capsula Mundi.

Capsula Mundi, una alternativa basada más en el diseño que en la propuesta de soluciones ambientales, pero imbuida en el concepto de integración en el medio. La idea es desarrollar capsulas con forma de huevo, construidas en materiales biodegradables, que podrán contener el cuerpo del difunto o sus cenizas y que serán enterradas en suelo para, seguidamente, proceder a plantar un árbol elegido en vida por el difunto para representarle en su lecho de muerte a modo de memorial.




Otras empresas, como la española LIMBO, proponen la utilización de urnas para la contención de cenizas que contemplen, en el sentido estricto, su compatibilidad con el entorno en el que se dará cumplido descanso al ser querido. De esta forma, existen urnas para cenizas hechas de tierra y arena comprimida, que se integran a la perfección al terreno en el que descansarán las cenizas, o urnas de sales y almidón preparadas para disolverse en el mar liberando en pocas horas las cenizas del difunto sin dejar restos de su continente.

Un paso más allá va la propuesta de Bios Urn, de la empresa barcelonesa Disseny Estudi Moline S.L.. Tras sacar al mercado la urna bios, una urna biodegradable que porta una semilla de un árbol específico que formará parte en su crecimiento del memorial del difunto, este año han sacado en Kickstarter, con enorme éxito, una propuesta tecnológica para la que han cubierto con éxito el objetivo inicial de financiación. La idea consiste en una incubadora en la que depositar la urna bios, y en la que el crecimiento de nuestro árbol se monitoriza y regula mediante sensores que nos informan del estado de nuestra semilla, su irrigación, la calidad del agua y el suelo, permitiendo su comunicación con el móvil y su riego automático, gracias a un depósito de 11 litros y una pequeña bomba integrada.


Urna Bios Incube - Propuesta Eco-Tecnológica para generar vida después de la vida.


Como se puede observar, existen interesantes alternativas en el mercado, y aún más interesantes propuestas de futuro, para irse de este mundo generando el menor impacto ambiental posible, e incluso para los más fanáticos del cierre de ciclo (entre los que me incluyo), para irse promoviendo incluso un impacto positivo y de futuro. Como casi siempre suele ocurrir, sólo hace falta que la sociedad se conciencie de este problema, se informe de las alternativas que hay en el mercado, se libere de prejuicios y supersticiones absurdas, y promueva y permita la integración de estas nuevas alternativas.

QUE DESCANSÉIS EN PAZ.




Comentarios

  1. la versión mas gótico-ambiental de Fernando; la 1º fue la sexual, ahora esta,..aguardo la 3ª óptica con expectación y el mismo rigor al que nos tienes acostumbrados..^_*

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