Respirando POLVO

Llevo años trabajando como técnico en diversos proyectos en el ámbito del control y la explotación de redes de calidad del aire, y en relación a este tema y a su difusión pública siempre me ha preocupado el escaso conocimiento que hay de lo que respiramos en nuestro día a día, y sobretodo la escasa información y concienciación real que existe.

Lo más grave es que en muchos casos esta sensación se hace extensiva incluso a los mismos organismos públicos y legisladores, algo que aún es más preocupante, pues es precisamente de donde deberían emanar las acciones para promover la protección de este recurso vital, y las iniciativas para informar y concienciar a los ciudadanos en relación a este problema.

Y que nadie me malinterprete, no creo que no preocupe el tema, sino que creo que se utiliza como arma propagandística y poco más. Es cierto que existe una importante alarma social sobre este tema, pero sólo salta cuando empezamos a ver la famosa "gorra" debido a las malas condiciones de dispersión de contaminantes, o cuando algún organismo de renombre comienza a establecer cifras sobre la afección a la salud, momento fugaz en el que todo el mundo se plantea qué medidas se deberían adoptar.

Contaminación por partículas - Extraordinaria fotografía de la Colección de Miguel Ángel García.

Pero "alarma social" no equivale a "concienciación", y en ocasiones es incluso antónimo del concepto de "información", y más allá de los momentos puntuales e intermitentes en los que se produce un episodio de contaminación visible y que vende periódicos, la conciencia de estar expuestos a contaminantes de forma constante no existe... y cuando llueve y la gorra desaparece, nadie vuelve a preocuparse por los niveles de contaminación o la calidad del aire que respira.

Y quiero pensar que es esta misma falta de información y de verdadera concienciación la que lleva a determinados modos de gestión, regularización e información en materia de calidad del aire y que, por ejemplo, no es la mala fe la que actúa detrás de determinados usos torticeros y parciales de los datos de calidad del aire, cocinados en función del emisor y sus intereses. 

El caso es que en temas de calidad del aire, bajo mi punto de vista, se experimenta una clara falta de "criterio", y  las partículas son en sí mismas un ejemplo claro de esta casuística ya que:
  • Es alarmante el trato especial que se le da a algunos contaminantes como el NOx o el Ozono, que veremos muy habitualmente tratados en noticias y medios gracias a sus "alertas", y lo denostados que quedan en su control otros contaminantes como las partículas, aún siendo mucho más dañinas que los anteriores.
  • Sorprende también la variabilidad en los valores límite fijados, como por ejemplo el caso de las PM2.5, donde nos podemos encontrar valores como los 25 µg/m3 de Europa, los 12 µg/m3 de Estados Unidos, o los 10 µg/m3 que marca la Organización Mundial de la Salud.
  • Resulta curioso que la máxima presión regulatoria se ejerza habitualmente sobre las partículas PM10, que son quizás las menos precisas en cuanto a la información aportada, incluyendo la fracción gruesa que es la que tiene un componen más natural y menos peligroso, mientras se dejan de lado otras como las PM2.5.
Tormenta de polvo. Foto de NOAA Photo Library..

ALGO MÁS QUE UN SIMPLE POLVO:

A estas alturas el lector ya habrá descubierto que para mí las partículas son uno de los contaminantes principales del aire, y que su importancia, bajo mi punto de vista, va más allá considerarlas un simple "polvo en suspensión" que ensucia nuestras vías respiratorias, pues creo firmemente que su influencia sobre nuestra salud va mucho más allá de lo que nos pensamos, tal y como veremos más adelante.

Pero antes, quisiera hacer una introducción para neófitos sobre el mundo de las partículas en inmisión (en el aire que respiramos), pues seguro que a partir de este punto verán las partículas de otra forma:

Una cuestión de tamaño...

Aunque las partículas como tal ya pueden considerarse contaminantes, pues ya pueden generar graves afecciones por deposición, impidiendo la fotosíntesis en plantas o  ensuciando el patrimonio cultural, la tendencia ha sido siempre a clasificarlas en función de su tamaño, dado que es este factor el que interviene fundamentalmente en su permanencia en el aire, en su más o menos rápida deposición, así como en la capacidad de penetrar en las vías respiratorias.

De hecho, de todas las partículas que hay en suspensión, las más dañinas para los seres vivos son aquellas que se encuentran en diámetros aerodinámicos de menos de 10 µm, puesto que son las que tienen mayor facilidad para penetrar en las vías respiratorias, razón por la que la calidad del aire se centra en estudiar tamaños inferiores a este.

Pero, ¿qué tamaño pueden llegar a tener las partículas que respiramos?

Asbestos de antofilita en microscopio de electrones.
Foto de USGS Denver.
La verdad es que lo que respiramos puede tener casi cualquier tamaño. De forma habitual solemos encontrarnos con la clasificación de partículas gruesas (las que están entre 2,5 y 10 µm), las partículas finas (que están entre 1 y 2,5 µm), pero también es habitual hablar de las partículas ultrafinas (que están entre 0,02 y 1 µm), o incluso llegar a hablar de nanopartículas, cuando nos encontramos con diámetros inferiores a 100 nm (0,1 µm).

Evidentemente a menor tamaño, mayor capacidad de penetración. Así, mientras que las partículas gruesas penetran sólo hasta las vías respiratorias altas, donde suelen quedar retenidas y, en su mayor parte expulsadas con posterioridad por nuestro organismo, las partículas finas pueden penetrar hasta los alvéolos, donde quedan atrapadas y pueden generar efectos mucho más adversos para la salud.

Ni que decir tiene que las partículas ultrafinas tendrán aún una mayor capacidad de acceder a los alvéolos, incrementándose su capacidad de afectar al sistema respiratorio, y que en el caso de las nanopartículas algunos estudios establecen incluso su capacidad para acceder al torrente sanguíneo, lo que ya podría llevar a patologías muy distintas a las habituales y mucho más diversa, aún en estudio.

¿Cómo se controlan habitualmente?

Fotografía propia.
Desde el punto de vista del control, lo que medimos en calidad del aire no son exactamente partículas de un determinado "grosor", sino un rango de partículas que va desde el diámetro de partículas que deje pasar el llamado cabezal de corte (como el que aparece en la foto) hasta el que sea capaz de retener el soporte de medición, que en el caso de los muestreos gravimétricos suele estar entre los 0,4 µm y los 0,7 µm. 

De esta manera, por ejemplo, cuando hablamos de Partículas PM10 en un muestreo gravimétrico con un captador de alto volumen y un filtro Millipore AP-40, realmente estamos hablando de todas aquellas partículas cuyo diámetro está entre en 10 µm y 0,7 µm, y por lo tanto englobará también a las partículas PM2,5 e incluso buena parte de las PM1.

Y esta sería la forma oficial de medir la contaminación por partículas, mediante un captador de alto volumen con un cabezal de corte y un filtro portado que se puede cambiar de forma manual o automática, tal y como hemos visto en el ejemplo, siendo lo común en estos casos las captaciones durante 24 horas. 

Sin embargo, esta forma de medir las partículas no resulta para nada práctica, de cara al control en continuo de la contaminación, y lo más habitual en Europa o Estados Unidos es encontrarnos con equipos en automático que utilizan sistemas alternativos de medición, como la radiación beta o la microbalanza oscilante, permitiendo obtener mediciones de partículas en automático y cada hora.

Resulta importante destacar que en el caso de utilizarse un equipo de medida en automático de partículas, este tiene que haber hecho una campaña de intercomparación con el método de referencia (el de gravimetría) que le permita comprobar que existe una adecuada correlación, y disponga así de la ecuación individualizada que corresponda para corregir el dato medido y equipararlo al dato real de partículas. La experiencia me dice además que, para determinados equipos, dicha ecuación tendría incluso que repetirse al cambiarse el equipo de ubicación o al efectuar una reparación de relevancia.

Este hecho, sin embargo, en pocas redes se suele tener debidamente en cuenta, una muestra más de la poca importancia que se le da en ocasiones a la obtención de datos reales de material particulado. Así, es habitual que en muchas ocasiones se pongan equipos a medir y a arrojar datos sin que exista ningún tipo de correlación hecha, se utiliza la misma correlación para varios equipos, o se cambian de ubicación y no se vuelve a repetir el ensayo.

Junto a este hecho, ya de por si relevante de cara a tener un buen dato de partículas, sucede que muchas de las redes de control lo que miden es PM10 en exclusiva, relegando las medidas de fracciones inferiores, como la de PM2,5, sólo a ciertos puntos de medición o a escasos controles gravimétricos puntuales.

Y aunque muchos pudieran pensar que las partículas PM10, según lo explicado antes, engloban prácticamente todos los rangos inferiores, y que por lo tanto son la medida más completa, esta afirmación es totalmente parcial y sesgada. Las mediciones de PM10, al englobar todos los diámetros inferiores a 10 µm, nos dan un volumen total de partículas, pero no nos permiten saber cuántas de ellas son las que realmente pueden tener un mayor impacto sobre nuestra salud, cuales del volumen total medido se corresponden con la fracción más fina de partículas.

... Aunque el tamaño no es lo que más importa.

Y aunque hemos basado buena parte del discurso en el tamaño de la partícula, esto no es sólo lo que más importa, pues también debería tenerse en cuenta su composición, algo que sin embargo en muy pocas ocasiones suele hacerse, salvo estudios puntuales realizados en determinados entornos.

Coincidirá conmigo el lector en que no es lo mismo respirar una partícula PM2,5 compuesta fundamentalmente por carbonato cálcico, que respirar una partícula de ese mismo tamaño que sea de hollín, procedente de la combustión de un motor y conteniendo entre otros restos de hidrocarburos, o  incluso respirar una partícula de asbesto, que puede provocarnos una fibrosis pulmonar, también conocida como asbestosis.

La composición de la propia partícula es determinante para su reactividad dentro de nuestro cuerpo y, por lo tanto, para su capacidad de generarnos un daño mas o menos grave, razón por la que el estudio de la composición del material particulado resulta tan importante, aunque en la realidad de nuestras redes de control no se realice de forma habitual.

El tamaño de la partícula unido a su naturaleza son las claves a estudiar para conocer de verdad la problemática asociada a este contaminante en un lugar determinado.

De forma general (aunque no me gusta generalizar), la experiencia nos dice que que niveles elevados de materia orgánica y carbono elemental (OM+EC), sulfatos no marinos y nitratos, suelen deberse a la presencia predominante de emisiones industriales y tráfico, como principales focos emisores de estas partículas, siendo estas fracciones las que además suelen predominar más en las partículas PM2,5.

Si predomina sin embargo la denominada fracción crustal (Alúmina, óxido de silicio, calcio, potasio o magnesio) suele ser un indicativo de un componente más natural, siendo más habitual encontrárselo en las partículas PM10.

En todo caso, esto no es más que una aproximación, y la experiencia también nos dice que esta composición puede variar y mucho en función de la ubicación, el entorno, la época del año e incluso la mayor o menor afección de fuentes antropogénicas o incluso naturales, por lo que la composición de la partícula debería ser algo a estudiar de forma detallada y en el largo plazo.

Pero es que además de la composición de la propia partícula, tenemos que tener en cuenta la capacidad que éstas tienen por sí mismas de atraer sobre su superficie diversos compuestos químicos presentes en determinadas atmósferas, y en especial en las más contaminadas.

Este sería el caso de los HAPs o PAHs (en castellano, los Hidrocarburos Aromáticos Policíclicos), que es como se denomina a una familia de más de 100 compuestos químicos semivolátiles distintos, cuyo común denominador es estar formados por dos o mas anillos aromáticos, y que suelen generarse como contaminantes atmosféricos en la combustión incompleta de combustibles y otros compuestos orgánicos.

En la exposición de nuestro cuerpo 
a los HAPs pueden presentarse efectos 
nocivos en piel, fluidos y órganos. 
Al absorberse por nuestro organismo, 
sus características lipofílicas les llevan a 
acumularse en órganos y tejidos grasos, 
donde en muchas ocasiones pueden sufrir 
oxidación enzimática que los hace genotóxicos, 
pudiendo ser carcinógenos, mutagénicos 
o afectar al sistema inmunológico, 
a la función reproductiva 
o incluso al propio desarrollo celular.

Representación esquemática 3D de la Molécula de
Benzo (a) Pireno uno de los HAPs más estudiados en calidad del aire.
Fuente: Wikipedia 


Los HAPs tienen una gran capacidad de adsorción sobre las partículas del aire, y de hecho su estudio se lleva a cabo en muchas ocasiones sobre la fracción sólida (sobre los propios filtros de partículas que se recogen), como manera más exacta de determinar su concentración en la atmósfera. 

En dichos estudios es lógico encontrarnos además con un efecto más a tener en cuenta en nuestro análisis del material particulado fino, que eleva su importancia como contaminante. Se trata del hecho de lo habitual que es encontrar las mayores concentraciones de HAPs en las fracciones de partículas con tamaños más pequeños, debido fundamentalmente a que su composición química suele ser más compatible con la de estos contaminantes y a su mayor superficie específica (a mismo volumen de partículas PM10 y PM2,5, estas últimas presentarán mayor superficie de contacto disponible para fijar HAPs). 

Esto hace que se presente una terrible casualidad, pues las partículas más finas, que son las que más capacidad de penetrar tienen en nuestros pulmones, son precisamente las partículas que mayor concentración de químicos pueden depositar en su superficie, incrementando su potencial acceso a nuestro cuerpo.


LA NATURALEZA TAMBIÉN CONTAMINA.

Aunque es cierto que el hombre es de lejos el más peligroso enemigo de sí mismo, también es cierto que la naturaleza sigue ganándonos el pulso en cuanto a emisión de partículas, y aunque estas no suelen ser ni de lejos tan perjudiciales como las emitidas por fuentes antropogénicas, pues al fin y al cabo hemos ido adaptándonos a su agresividad, tampoco debemos dejarlas caer en saco roto, pues pueden terminar siendo también un grave problema de salud.

Como mucha gente se imaginará, la naturaleza emite partículas minerales, que forman parte de las que antes hemos denominado como fracción crustal, y que suelen estar derivadas de la erosión de la corteza terrestre y su transporte en la propia atmósfera. Esta fracción suele ser una de las más cuantiosas y puede moverse en prácticamente cualquier tamaño de partícula, aunque suele rondar los diámetros más gruesos.

Se estima que al año pueden pasar a la atmósfera en forma de partículas en suspensión cerca de 3.000 millones de toneladas de polvo y arena de los desiertos.

Su transporte se puede llegar a realiza a prácticamente cualquier distancia y suele ser motivo de curiosos efectos como, como por ejemplo, la traslación de polvo desde el Sahara hasta la parte sur del territorio europeo, un fenómeno que se denomina habitualmente como "intrusiones saharianas" ("calima" de forma coloquial, sobretodo en las Islas Canarias, donde la sufren habitualmente) y que puede dejar niveles en inmisión de partículas muy superiores a los alcanzables incluso con los peores episodios de contaminación, razón por la que son estudiados y modelizados con bastante profusión.

Tormenta de polvo desde África a las Islas Canarias (conocida como Calima o Intrusión Sahariana)
Fotografía de satélite del MODIS, año 2002, de la galería de imágenes de la NASA.

Los niveles alcanzados de partículas en este tipo de fenómenos "extraordinarios", suelen suponer una afección de tal calado que, en muchas ocasiones, no sólo son detectados por los equipos de control de partículas, sino que pueden llegar a afectar incluso a su mantenimiento y, en cualquier caso, desvirtúan el habitual control de la calidad del aire, razón por la que en Europa está previsto legalmente el descuento de este tipo de concentraciones detectadas de la evaluación anual de los valores límite.

La segunda fuente de aporte de partículas a nivel global es también natural, y puede llegar a suponer hasta 3.500 toneladas al año de emisión de partículas, y se trata de los conocidos como aerosoles marinos, una fracción de partículas que es especialmente elevada en las zonas costeras e islas, pero que puede incluso trasladarse a zonas interiores a través de las corrientes de aire.

Los aerosoles marinos se generan por la "ruptura" en superficie del agua, fundamentalmente por la acción directa del viento, el oleaje, o por la ruptura en superficie de burbujas de gases, generando partículas cuya composición está directamente vinculada con la composición marina, dominando esencialmente partículas con presencia de cloruros y sulfatos, así como sales de magnesio, calcio o potasio, y cuyos diámetros suelen ser inferiores de media a los observados en otras partículas naturales.

Además de estas importantes fuentes de partículas, otros fenómenos naturales nos regalan de vez en cuando un ingente volumen de partículas. Este es el caso de los volcanes, que con sus erupciones pueden llegar a emitir un importante volumen de partículas tanto sedimentables como en suspensión, que pueden además trasladarse en las capas más elevadas de la atmósfera a grandes distancias desde el punto de origen. 

Aunque la mayoría de estas partículas suele ser de carácter grueso, y precipitan con bastante celeridad, existe un porcentaje de las mismas, generalmente asociado a reacciones químicas en la propia atmósfera de los contaminantes gaseosos que pueden asociarse a diámetros mas bajos.

Erupción de un volcán con penacho de partículas y deposición: Explosions via photopin (license)

Los propios seres vivos son emisores de partículas. La mayoría de esta partículas, cuya composición es evidentemente orgánica, son producidas por las plantas, que basan buena parte de su táctica de supervivencia en la emisión de compuestos orgánicos volátiles y partículas a la atmósfera.
De los compuestos químicos orgánicos que las plantas emiten a la atmósfera, una tercera parte reaccionan y terminan formando pequeñas partículas en suspensión. Además de estas, las plantas emiten de forma estacional un ingente volumen de partículas denominadas polen, que se suspende en la atmósfera y que cumple a la perfección con el objetivo natural de dispersarse y colonizar otros entornos.

Estos gránulos de polen pueden tener tamaños que van de los 5 µm a los 200 µm, pero presentan la peculiaridad de que cuando se hidratan con la humedad ambiental se genera una fragmentación osmótica y se liberan a la atmósfera partículas submicrónicas procedentes de este grano de polen que son las que además transportan los alérgenos, teniendo tamaños que van de los 0,5 µm a los 2 µm, mucho más accesibles a las vías respiratorias.

Otros seres vivos, como por ejemplo los hongos, emiten también esporas a la atmósfera con el mismo fin reproductivo, algunas de las cuales también son conocidos alérgenos, y rondan tamaños que van de los 3 µm a los 20 µm. La presencia de esporas de hongos en el aire es más que relevante y supera con creces a la del polen (en ocasiones más del triple del conteo), predominando en España la espora del hongo Cladiosporum, que representa cerca del 40% de la recogida total.

Pese a todo, sigue siendo el ser humano y las actividades que desarrolla el que es capaz de alcanzar los menores diámetros en la emisión de partículas, llegando incluso a la emisión de partículas ultrafinas y nanopartículas, y de conseguir que su composición siga siendo la más perjudicial, concentrando muchas de sus emisiones en núcleos superpoblados y zonas industriales con una grave afección a su entorno.

Polen de diversas plantas capturado bajo un microscopio electrónico de Barrido.
Fotografía del Dartmouth College.

EL POLVO PERJUDICA GRAVEMENTE LA SALUD.

Respirar es la única acción que el ser humano hace en continuo, durante todo el día, y que además no es posible posponer hasta que las condiciones ambientales sean más salubres. Esta elevada frecuencia de uso hace del aire el recurso más vital, necesitando entre 7.000 y 9.000 litros al día para sobrevivir. 

Si nos fijamos, el resto de acciones que nos relacionan con el medio y nos hacen dependientes de sus condiciones ambientales (como por ejemplo, comer o beber) no son ni de lejos tan íntimas, "necesarias" o tan inmediatas, pudiendo el ser humano elegir el momento de su consumo o las acciones necesarias a realizar antes del mismo.

Esto es precisamente lo que hace que la contaminación del aire sea tan peligrosa, y que su grado de afección a los seres vivos esté referido a valores de concentración tan bajos, basados en microgramos y nanogramos por metro cúbico, varios grados de magnitud por debajo de contaminaciones como la del agua, que se miden en miligramos o microgramos por litro.

De hecho, la mala calidad del aire que respiramos es base fundamental de muchas de las enfermedades que experimenta la humanidad en la actualidad, y causa de la mortalidad de cerca de 3,7 millones de personas al año en todo el mundo, según indicaba la Organización Mundial de la Salud para el año 2012, la mayoría de estas muertes por ataques al corazón, cardiopatías isquémicas o enfermedades pulmonares obstructivas directamente relacionadas con la contaminación atmosférica.

La contaminación del aire que respiramos mata, y mata a mucha más gente de la que nos podamos pensar todos los años.

Pero si bien la mala calidad del aire mata, y esto es un hecho reconocido y demostrado sobradamente en la última década, no serán precisamente los contaminantes de los que más nos alertan los que lo hagan. La afección a nuestra salud está más directamente ligada a contaminantes como las partículas, un contaminante que actúa en el medio y largo plazo de forma silenciosa y que está directamente relacionado con las principales patologías de morbilidad y mortalidad actuales.

De hecho, las partículas han demostrado ya ser un factor más que relevante en el desarrollo de enfermedades de diversa índole, y especialmente en el incremento en la mortalidad por accidentes vasculares (Simkhovich BZ, Kleinman MT, Kloner RA. 2008).

Diversos estudios concluyen que las partículas, y en especial las ultrafinas generadas fundamentalmente en procesos antropogénicos, suelen producir un incremento en los niveles de colesterol, y los constituyentes orgánicos de estas contribuyen al desarrollo de placas ateroscleróticas (Michael Kleinman. 2013). Estos efectos, unidos a otros como la hipersensibilización del sistema inmunológico (Kleinman MT. 2005) y la generación de obstrucciones e inflamación pulmonar (Van Edel et al. 2001) hacen que las partículas tengan un fuerte impacto en nuestra salud.

Estos efectos fisiológicos vienen a confirmar la estrecha relación causal que diversos estudios epidemiológicos han encontrado también entre la exposición a largo plazo a este contaminante y la aparición eventos coronarios y accidentes cerebro-vasculares de diversa gravedad en la población, encontrándose esta asociación incluso por debajo de los actuales valores límite en inmisión.

Uno de los más completos, publicado en el British Medical Journal hace algo más de un año, llegaba a concluir incluso que incrementos de 5 µg/m3 de PM2,5 generaban incrementos paralelos de hasta un 13% de los eventos coronarios registrados en hospital, mientras que un incremento de 10 µg/m3 de PM10 suponían un incremento del 12% de estos mismos eventos coronarios (Francesco Forastiere et al. 2014).

Este estudio viene, no obstante, a cifrar lo que otros ya habían detectado en cuanto a la afección de las partículas a la función vascular sistémica (Kenneth W. Rundell et al. 2007), o su contribución al incremento en el riesgo de padecer accidentes cerebro-vasculares (Manuel A. Leiva et al. 2013), con especial hincapié en las partículas PM2,5 y ultrafinas.

Pero el efecto de las partículas contaminantes no sólo se queda en problemas vasculares o de obstrucción de las vías respiratorias, sino que va más allá, y algunos estudios epidemiológicos ya empiezan a identificar incrementos de estos contaminantes con aumentos en ciertos cuadros de desordenes de ansiedad (Melinda C. Power et al. 2015), e incluso empieza a tenerse la sospecha de un potencial acceso de las partículas ultrafinas al torrente sanguíneo (Nemmar, A. et al. 2002) e incluso al sistema nervioso central (Oberdorster, G. et al. 2004), algo que podría llevar a descubrir nuevas afecciones.

Las partículas se descubren pues hoy como un factor vital para la salud de las personas. Una regulación coherente y un adecuado control y seguimiento de las mismas deberían ser los principales objetivos a perseguir por nuestros legisladores y organismos de control. Los valores limite de los que disponemos hoy en día se han desvelado altamente insuficientes e ineficaces para el control de la afección a nuestra salud:
  • Por su valoración, pues los valores límite dispuestos están aún por encima de las concentraciones que se han demostrado con afección a la salud.
  • Por su modo de aplicación, pues lo único que existe son valores límite anuales y diarios para las partículas PM10, obviando las más peligrosas (las PM2,5), y su superación no supone en muchos casos ninguna actuación orientada a su mejora.
  • Por su modo de control, pues se hace con equipos automáticos sobre los que en muchas ocasiones no se ha realizado una adecuada correlación sobre el método de referencia.
  • Por su concepción en si mismos, pues se fijan única y exclusivamente en el tamaño de la partícula y obvian la tipología y caracterización de la misma.
Necesitamos nuevos modos de plantear el control de la contaminación atmosférica, dando relevancia real a aquellos contaminantes más perjudiciales para la salud y el medio ambiente, y buscando siempre el origen de la contaminación para actuar sobre el mismo.



Este artículo va dedicado en esta ocasión a "mis Marías" (María Ortega y María Colina), grandes profesionales con las que he compartido horas y horas de trabajo y esfuerzo en la Calidad del Aire, una excepcional compañía siempre para los momento más exigentes y duros de trabajo.



Algunos enlaces de interés para continuar consultando cosas sobre partículas:


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